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El autodidacta ambulante

Preludio

Preludio

 

Mucho tiempo hace que quise contar la historia de cómo escapé, y aunque es una historia muy larga, seré todo lo más breve posible.

Mi pueblo era sencillo. Era una época donde todos los habitantes nos dedicábamos a recolectar las viñas para elaborar nuestro propio vino y la oliva para comerciar con el aceite.  Pero aquello solo sucedía durante sus fechas de recolecta, el resto de año éramos ganaderos, herreros, carpinteros o labradores. Yo era carpintero, un oficio muy respetado y con su propio gremio. No era tan importante como los labradores, que realmente se estaban enriqueciendo, pero teníamos trabajo y nos daba para seguir hacia delante. El trabajo más extraño que hicieron mis manos fue una puerta con relieve que mostraba la hazaña de un hombre luchando contra un lobo. Dicen que desapareció hace años, que el demonio la rasgó con sus pezuñas. No sé, a veces la iglesia se crea sus historias para destruir todo aquello que se sale del patrón.

Escapé de mi pueblo, en parte, gracias a la suerte. Hacía tiempo que el pueblo estaba dividido en dos opiniones en referente a mi persona. Todavía hoy tengo el don de curar con mis manos, y eso mucha gente no lo entendía, unos iban a verme por un dolor de cabeza, otros me escupían por la calle. Unos decían que era un santo, otros me insultaban y querían verme muerto.

A pesar de que mi don lo conocía bastante gente no fue esta la razón por la que escapé de mi pueblo.

La única razón fue la que conoce todo el mundo, aunque no se puede pronunciar sin quedar dañado por lo que en su día hizo.

La única razón fue el fantasma de la guerra.

 

“estos zapatos están tan rotos,   y mi viaje sin comenzar”.

19/02/2008

 

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